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CONCIERTO PIANO Y ORQUESTA Nº 1 (TCHAIKOVSKY)


Piotr Ilich Tchaikovsky o Chaikovski; Votkinsk, Rusia, 1840 - San Petersburgo, 1893, fue un extraordinario compositor ruso. A pesar de ser contemporáneo estricto del Grupo de los Cinco, el estilo de Tchaikovsky no puede encasillarse dentro de los márgenes del nacionalismo imperante entonces en su Rusia natal. Su música, de carácter cosmopolita en lo que respecta a las influencias –entre ellas y en un lugar preponderante la del sinfonismo alemán–, aunque no carente de elementos rusos, es ante todo profundamente expresiva y personal, reveladora la personalidad del autor, compleja y atormentada.
Alumno de composición de Anton Rubinstein en San Petersburgo, los primeros pasos de Tchaikovsky en el mundo de la música no revelaron un especial talento ni para la interpretación ni para la creación. Sus primeras obras, como el poema sinfónico Fatum o la Sinfonía núm. 1 «Sueños de invierno», mostraban una personalidad poco definida.
Sólo tras la composición, ya en la década de 1870, de partituras como la Sinfonía núm. 2 «Pequeña Rusia» y, sobre todo, del célebre Concierto para piano y orquesta núm. 1, la música de Tchaikovsky empezó a adquirir un tono propio y característico, en ocasiones efectista y cada vez más dado a la melancolía.
Gracias al sostén económico de una rica viuda, Nadejda von Meck –a la que paradójicamente nunca llegaría a conocer–, Tchaikovsky pudo dedicar, desde finales de esa década, todo su tiempo a la composición. Fruto de esa dedicación exclusiva fueron algunas de sus obras más hermosas y originales, entre las que sobresalen sus ballets El lago de los cisnes, La cenicienta, La bella durmiente y Cascanueces, sus óperas Evgeny Oneguin y La dama de picas, y las tres últimas de sus seis sinfonías.
La postrera de ellas, subtitulada «Patética», es especialmente reveladora de la compleja personalidad del músico y del drama íntimo que rodeó su existencia, atormentada por una homosexualidad reprimida y un constante y mórbido estado depresivo. El mismo año de su estreno, 1893, se declaró una epidemia de cólera; contagiado el compositor, la enfermedad puso fin a su existencia.
El estreno del Concierto número 1 para piano y orquesta tuvo lugar el 25 de octubre de 1875 y muy lejos de la Rusia donde Tchaikovsky lo compuso en 1874. Estrenado en Boston, Massachusetts, contó con la interpretación al piano de Hans von Bülow y con la batuta de Benjamin Johnson Lang al frente de la orquesta.
Tiene su historia esta obra, pues cuando Tchaikovsky tocó el primer movimiento frente a su amigo y mentor Nicolai Rubinstein con la esperanza de conseguir su aprobación, la reacción del fundador del conservatorio de Moscú fue demoledora. Rubinstein afirmó que estaba “escrita de forma incompetente” y exigió a Tchaikovsky una serie de cambios si quería que él la tocara. Lejos de ceder, el compositor se negó en redondo y buscó a otro pianista para el estreno. Poco después Rubinstein interpretaba el concierto por toda Europa y suplicaba a Tchaikovsky que le confiara la première del siguiente. Así lo hizo, pero Rubinstein murió antes del estreno.
El Concierto número 1 para piano y orquesta destaca por la originalidad de su lenguaje, que se aleja del convencionalismo imperante en la Rusia de la época y explora la vertiente más personal de su talento como compositor. Aunque el marcado carácter sinfónico de la partitura y su gran intensidad dramática llaman poderosamente la atención, no son un reflejo de los sentimientos del artista quien, por entonces, disfrutaba de unos años felices en su vida. Tchaikovsky consigue transmitir esa impactante sensación a través de la relación que establece entere instrumento solista y la orquesta. Mientras que en otros conciertos ésta última se limita a acompañar al piano, aquí ambos chocan frontalmente, como si pelearan por llevar las riendas del discurso musical.
La obra arranca con una impetuosa y larga introducción (106 compases) que se desarrolla en torno a una de las más reconocibles melodías de todo el repertorio clásico. Al parecer, Tchaikovsky se la escuchó tocar a unos músicos callejeros ciegos en la ciudad ucraniana de Kamenka, cerca de Kiev. Se trata, sin duda, del pasaje más célebre de la obra y, aunque no reaparece de la misma forma en ningún otro momento, encierra en sus dramáticas y apasionadas notas todo el material melódico que el compositor irá desarrollando a lo largo del concierto apoyándose en distintas tonadas muy populares en la época. Esta conexión entre toda la obra no es, sin embargo, evidente y sólo un análisis muy pormenorizado de la partitura ha revelado estos secretos.
El resto del movimiento, escrito siguiendo el esquema de la sonata, gira en torno a dos nuevos temas, uno de ellos procedente del folclore ucraniano y el otro de raíces netamente románticas. Entre ambos confieren a la batalla entre la orquesta y el piano todo su dramatismo y apasionamiento, pero la tradicional angustia de otras obras de Tchaikovsky nunca hace acto de presencia. Muy al contrario, la estructura juega con bastante libertad a contraponer casi improvisadamente secciones lentas y rápidas con el objetivo de crear un efectismo que suprime cualquier posible sentimentalismo en el espíritu de la música. Hay mucha teatralidad, pero nada de tragedia.
Toda la grandilocuente energía desplegada en el primer movimiento, se transforma en este segundo en dulce tranquilidad. Una flauta abre el primer pasaje con la tierna melodía principal, que domina todo el movimiento, otorgándole un carácter nostálgico que contrasta con el apasionamiento anterior. El toque optimista corre a cargo de una bailable canción popular francesa de la época, apropiadamente titulada Il faut s’amuser, danser et rire (“Hay que divertirse, bailar y reírse”) cuya melodía es citada en la sección intermedia del movimiento. Finalmente, en la recapitulación, resurge la melodía principal, que cierra el movimiento con un lirismo casi nostálgico, en fuerte oposición a la alegría anterior.
Las referencias populares que salpicaban los dos primeros movimientos no hacen sino acrecentarse en el tercero. El movimiento se inicia con una galopante danza tradicional ucraniana a la primavera a la que sucede un tema estrechamente vinculado a una canción tradicional rusa. Como contraste, un tercer tema, nuevamente romántico y esta vez con un importante componente lírico. La complejidad y espectacularidad de este tercer movimiento nos devuelve al principio del concierto, cerrando así el círculo de una obra genial, tan breve (poco más de treinta minutos) como intensa, plagada de detalles e inmensamente entretenida.


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OBERTURA 1812 (TCHAIKOVSKY)


Si se pudiera elegir las Siete Maravillas Musicales del Mundo, seguramente la Oertura 1812 estaría entre ellas en lugar privilegiado. Tchaikovsky, uno de los más grandes compositores que dio la música, sin embargo, fue un alma torturada, esclavo de la sociedad rígida ortodoxa que lo vio crecer, sin que pudiera expresar libremente su homosexualidad.
El gran ejército francés, lleno de ideas libertarias se acercó a Moscú en el invierno ruso con la seguridad que sólo sería un paseo, como lo fue en Austria y en tantos lugares. El pueblo ruso era uno de los más pobres de Europa, con un sistema de zares y familias reales tan cerrado y tan opresor que transformaban a su pueblo en menos que esclavos, donde la subsistencia en el crudo invierno era casi imposible. Y allí estaba el ejército de Napoleón para liberarlo. Hay algunas escaramusas. El auspiciante 7 de Septiembre de 1812 en la batalla de Barodino, hizo suponer otro final más glorioso para Napoleón.
Sin embargo algo falló. Apenas entrado en territorio moscovita las casas pobres de los campesinos habían sido quemadas por sus propios habitantes, lo mismo que el trigo y los animales degollados. La intención era no dejar al ejército napoleónico ni un grano, ni nada que le permitiera la apacíble expedición del poderoso ejército por allí. Pues, para el orgullo del pueblo ruso era más malo aceptar el yugo del invasor a que la cruel opresión de los zares. Y entonces Napoleón comprendió que entrar en invierno en Rusia fue un error. Famélicos, enfermosos, cansados, llegaron, luego de meses de expedición andando y a caballo sobre el río Volga congelado. Eso sí, el ejército ruso, disminuido ampliamente en número y capacidad, no disparó un solo tiro hasta que los franceses estuvieron en posición, precisamente sobre el hielo del Volga. Y no hacia los hombres, sino hacia las aguas congeladas se dirigieron sus cañones, y en pocos minutos hicieron enormes estragos en el ejército francés, siendo ésta la derrota más dura (junto con Waterloo) que haya sufrido el aguerrido general francés. El comienzo del final. Precisamente en 1812. De 500.000 hombres de voluntad de hierro, apenas unos 3.000 regresaron a sus patrias (no todos eran franceses).
Los rusos mientras, festejaron la gran epopeya y tomaron esas fechas como el día del resurgir nacional. Y fue entonces cuando se cumplieron los 70 años del aniversario cuando decidieron festejarlo a lo grande. Para tal importante evento contrataron el prestigioso músico ruso, Piotr Ilich Tchaikovsky, a la sazón con jóvenes 32 años. Elegida la Catedral de Cristo el Salvador para recordar la gran victoria, hubo un pequeño-gran inconveniente: entre la partitura del joven Ilich habían cañones de verdad, que tiraban 21 salvas, por lo que parte de la obra tuvo que ejecutarse al aire libre.
Los tempos usados por la Obertura 1812 fueron cinco, aunque fundidos todos en uno solo. Comienza el compositor con un leve Lento con un grupo de violonchelos, que describen la apacible pradera rusa, con los campesinos trabajando en paz, mientras una pieza litúrgica ortodoxa los acompaña. Son los compases de la obra Plegaria al Salvador. Le sigue un Andante, que ya comienza a sentirse la entrada de otros chelos, los invasores, en contapunto con una flauta que defiende los primeros compases. La música se torna dramática. Entran entonces los primeros compases de La Marsellese (expresados en vientos), señal de la amenaza que estaba por acaecer. Los campesinos se preparan; es necesario un gran sacrificio. Un Allegro Giusto, ya impregnado del himno galo se muestra brioso ante los ojos del campesino, ante los oídos de quien está atento a la obertura; el ejército francés es poderoso y aunque hay mezclas con danzas rusas, es evidente su superioridad. El contrpunto está dado por los vientos, que representan al invasor francés, y las cuerdas, los rusos. Un golpe de platillos anuncia que la batalla ya ha comenzado. Los sones de sus himnos son más estruendosos que las cantarinas marchas eslavas. Los primeros compases de La Marsellesa se escucha en tono más alto que el resto. Pero el pueblo ruso, ni el ejército se atemoriza del poderío y de historia de los franceses y comienza un Largo que describe la dura batalla. Los campases del himno francés se van debilitando expresados en cornos, se apagan de a poco, aunque reviven una y otra vez como últimos estertores. Los violines, en forma de fuga, representan la persecución. La batalla es feroz. Los cornos anuncian que el ejército va a cargar contra los moribundos que han sido pillados en suelo ruso. Los Contrabajos y los oboes no descansan, pero al fin esos sonidos franceses desaparecen, o mejor dicho se transforman en campanadas al viento (campanas de verdad) en el Allegro Vivace final. El ejército ruso regresa victorioso, las iglesias lo reciben auspiciosa y los cañones saludan su paso. Es el retorno a la danza rusa, y tenues compases “marsellescos” in dimnuendo muestran al soldado huyendo desvandado, espresados en violines y chelos que van apagándose y el poder de una nación pujante. (El regreso del debilitado ejército francés lo describe Beethoven en la 3ª Sinfonía “La Heroica” en su 2º Movimiento Marccia Fùnebre). El final es apoteótico: fuegos artifíciales, las camapanas de la iglesia relatan la liberación de de Rusia, mezclado con el “Dios salve al Zar”, años posterior himno nacional ruso, contrapunto del francés cada vez menos estridente. Es el ejército vencedor que regresa, el pueblo lo recibe con gritos de vítores y flores. Toda la orquestación, con tutti, tocan las estrofas iniciales. Es la victoria final.
Cabe una aclaración histórica. Ni La Marsellesa ni Dios salve al Zar eran entonces (hacia 1882 cuando se estrenó la obertura), himnos de sus respectivos países, lo que llama la atención la selección premonitoria de Tchaikovsky. Otra, que dado el evidente problema de ejecutar esta obra con cañones verdaderos, no a ser que se toque al aire libre, estos son reemplazados por timbales y otros instrumentos de percusión.
Si bien es cierto que la semilla de la revolución quedó sembrada en tierras rusas, que la larga germinación le llevó un siglo para deshacerse del yugo del zar, también es verdad que para los rusos la batalla contra el ejército francés es considerada como una de las cosas más apoteóticas de su historia.
Podría decirse de Piotr Ilich escribió piezas memorables, sólo con la Obertura 1812, podríamos ponerlo en la galería de los genios, sin embargo, este ruso nacido Votkinsk, ciudad de la provincia de Viatken 1840, no sólo compuso esta herrmosa obertura, sino que tiene una lista de páginas memorables.


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