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DANZA HUNGARA Nº 5 (BRAHMS)


Los artistas creadores ofrecieron una última resistencia a la creciente mecanización de la sociedad. Era una última y desesperada bocanada de aire fresco antes de la Revolución Industrial, con sus fábricas atestadas y sus chimeneas que desprendían el humo destinado a contaminar el cielo y el espíritu de la humanidad. Los artistas deseaban conservar la vida sencilla, las aldeas tranquilas, los ríos de aguas cristalinas, los bosques misteriosos e inexplorados. La inspiración provenía de lugares y tiempos lejanos de las leyendas de los valerosos caballeros que amaban a doncellas inalcanzables. En la historia y la canción estos sueños nunca se realizaban, ni se satisfacían los deseos. Era la “música de programa”, la música que relataba historias.
Tampoco se descuidaba la música religiosa. Beethoven, Schubert, Berlioz, Liszt, Brahms, Mendelssohn, Saint-Saéns, Verdi, Fauré y Dvorak compusieron obras sacras monumentales para coro y orquesta, oratorios, misas y réquiems.
Siguiendo la herencia de Beethoven, el compositor romántico no era empleado de nadie. Creaba su propia música, fruto de sus pensamientos y sentimientos apasionados, y no respondía al propósito exclusivo del entretenimiento. La única realidad con la cual debía lidiar era la inseguridad de depender de la venta de su música o, si también era ejecutante, de los ingresos obtenidos con sus conciertos.
El público romántico ya no estaba formado exclusivamente por la nobleza. La acaudalada nueva burguesía de los mercaderes y los empresarios y sus familias comenzó a asistir a los conciertos. Las representaciones ya no se limitaban al salón, la sala de conciertos o la ópera. Desde la invención del piano en 1709, un instrumento para el cual Mozart creó un conjunto completamente nuevo de composiciones, la ejecución de la música se trasladó al hogar. La mayoría de las casas tenía un piano o un armonio (es decir, un pequeño órgano) en la sala, y los niños, sobre todo las niñas de la casa, debían ser capaces de tocarlo. Esta tradición se mantiene firme hasta hoy en la alta clase media, para placer y beneficio de los profesores de musical Los compositores escribían música para estos artistas en ciernes, y ellos formaban una amplia gama, desde los intensos ejercicios repetitivos de Johann Baptist Cramer (1771-1858), Muzio Clementi (1752-1832) y Carl Czerny (1791-1857), cuya "Escuela de Velocidad" todavía es material de estudio de los indefensos alumnos de piano, hasta los bellos y difíciles "études" (estudios) de Chopin y los elevados Trascendental Études de Liszt.
Johannes Brahmas nació: el 7 de mayo de 1833, en Hamburgo, Alemania, y falleció el 3 de abril de 1897, en Viena.
La familia Brahms llevaba la música en la sangre. El padre tocaba el contrabajo en una orquesta teatral. El pequeño Brahms recibió lecciones de piano desde los siete años, y a los trece ya estudiaba composición con Edward Marxsen, que era un maestro excepcional. De su padre aprendió el modo de tocar música para baile con el violín, el violoncelo y el corno, y a preparar arreglos para las bandas de instrumentos de bronce. Ayudaba a los ingresos familiares tocando en teatros y tabernas por la noche, una experiencia que le mostró el lado sombrío de la vida a una edad temprana. Tenía quince años cuando dio su primer recital de piano en público.
A los veinte años, su capacidad para transponer (pasar de la tonalidad original a otra) a primera vista, atrajo sobre su persona la atención del violinista húngaro Eduard Reményi. El virtuoso pidió al joven que le acompañase en una gira de conciertos. En este viaje Brahms no sólo se familiarizó con la música gitana, que después volcaría en sus 21 Danzas húngaras, sino que también conoció al gran violinista Josef Joachim, que convertiría en un amigo de por vida y a quien dedicaría su brillante y único concierto para violín. A través de Joachim conoció a Franz Liszt, que no reconoció el genio de Brahms, y a Robert y Clara Schumann, que sí lo hicieron. Robert elogió la obra de Brahms en su revista de música, y Clara la ejecutó en muchos de sus recitales por toda Europa.
Aunque la reputación de Brahms como pianista creció con los años, tuvo muchos problemas para que se le reconociera como compositor de prestigio. Su Primer Concierto para piano, ahora parte del repertorio popular, no tuvo éxito el día de su estreno en Leipzig, en 1859, porque su estilo parecía muy tradicional y el público esperaba los "fuegos artificiales" de Liszt.
Su Réquiem alemán, una obra no religiosa cantada en alemán y no en el latín de costumbre, y en el cual trabajó desde 1857 hasta 1868, le aportó el reconocimiento internacional y la seguridad financiera que merecía.
Brahms, que era un perfeccionista, consagró quince años de su vida a componer su Primera Sinfonía, estrenada en 1876, cuando el autor tenía cuarenta y tres años. Su belleza y su forma le consolidaron definitivamente como sucesor de Beethoven. También avivó la "batalla" que se libraba entre los partidarios de la Escuela de Weimar, encabezada por Liszt y Wagner, que consideraba suya "la música del futuro", y la tradicional Escuela de Leipzig, representada por Mendelssohn, Schumann y Brahms, cuyo vocal era el influyente crítico austriaco Eduard Hanslick (1825-1904).
Brahms no tuvo una vida dramática. Nunca realizó su deseo de dirigir la Filarmónica de Hamburgo, pero ocupó cargos provisionales, dirigiendo otros coros y orquestas, entre ellos los de Viena, donde se estableció de manera permanente en 1868.
Aunque rechazó ser Doctor honoris causa en música por la Universidad de Cambridge, aceptó gustoso el diploma de Doctor en Filosofía de la Universidad de Breslau en 1881, y compuso la Obertura de un Festival Académico para esa ocasión.
En su vida personal disimulaba un carácter tímido y sensible con una máscara de sarcasmo y modales ásperos; sin embargo, se mostraba generoso con los músicos jóvenes de talento, y ayudó al compositor checo Dvorák a ganar su reconocimiento.
Cuando Robert Schumann fue llevado a un asilo, y dejó a Clara con la responsabilidad de sostener a siete hijos, Brahms se mudó y vivió dos años en la casa de la familia. Ayudó a cuidar de los niños mientras Clara realizaba sus giras. Entre ellos se intercambiaron muchas cartas. Clara tenía catorce años más que Johannes, y al parecer no deseaba volver a casarse, pero los dos continuaron siendo buenos amigos toda su vida. Brahms nunca contrajo matrimonio. En 1896, cuando ella yacía moribunda, Brahms alivió su propio dolor componiendo las agobiadoras Cuatro canciones serias. Poco después descubrió que él tenía cáncer. El 7 de marzo de 1897 consiguió asistir a una ejecución de su Cuarta Sinfonía. Al terminar ésta, el público y la orquesta se pusieron de pie y aplaudieron en una suerte de dolorosa despedida. Menos de un mes después había muerto.
Se considera tradicional el estilo de Brahms, pero exhibe un sonido muy original. La forma puede ser clásica y posee perfección técnica, pero la calidez y el lirismo pertenecen al romanticismo puro.
Sus composiciones: 4 sinfonías, 2 conciertos para piano, 1 concierto para violín, 1 concierto doble para violín y violoncelo, mucha música de cámara, serenatas orquestales, y variaciones, varios volúmenes de música para piano, incluso las hermosas Liebeslieder (canciones de amor), valses, intermezzi y rapsodias. Canciones y ciclos de canciones: fue otro importante compositor de la canción culta alemana. Coral: Un Réquiem alemán, Canción del destino (Schicksalslied) y otras obras.
Las Danzas húngaras nacieron en los años 1858/69 en la versión para piano a cuatro manos. Las Danzas No. 1-10, en 1869 se publicaron en dos libros y los números 11-21 en 1880 en otros dos libros. En 1872 Brahms escribió la versión para piano solo de los 10 primeros. Aparte de los números 11, 14 y 16, los restantes no son ideas originales de Brahms sino cambios en las melodías existentes.


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CONCIERTO PARA PIANO Y ORQUESTA Nº 1 (BRAHMS)


El Concierto para Piano Número 1 fue compuesto entre 1854 y 1858. Brahms fue el solista del estreno, que dirigió Joseph Joachim en Hanover, el 22 de enero de 1859. Se puede afirmar que la emocionalidad del concierto es su rasgo más interesante, porque fue el último trabajo de la etapa temprana y apasionada de Brahms. Nunca más permitió él que su espíritu romántico se expresara con tanta libertad.
Johannes Brahms tenía recién 20 años cuando por primera vez le mostró algunas de sus composiciones a Robert Schumann. Este se sintió tan impresionado que salió de su retiro como crítico musical para escribir un artículo especial en alabanza de Brahms. En su crítica profetizaba que el joven compositor "revelaría su maestría no por el desarrollo gradual sino que brotaría como una fuente, así como salió Minerva, completamente armada, de la cabeza de Júpiter... Si él hunde su varita mágica en el lugar en que los poderes de las masas corales y orquestales le prestan su fuerza, entonces aparecerán ante nosotros nuevos y maravillosos atisbos de los secretos del mundo espiritual".
Era una gran alabanza para un compositor joven que no había escrito más que música de cámara y algunas obras para piano. Brahms súbitamente se encontró empujado frente al mundo musical, teniendo que mantener una reputación. Sintió que tenía la obligación de intentar componer una sinfonía, y así se lo escribió a Schumann en enero de 1854: "He estado entrenando mi mano en una sinfonía el pasado verano e incluso he orquestado el primer movimiento y compuesto el segundo y el tercero."
Al mes siguiente, Schumann, que padecía de una enfermedad mental, se arrojó al Rhin. Fue rescatado, pero debió pasar los dos años y medio restantes de su vida en un manicomio. Brahms quedó desolado. Se mudó a la casa de Schumann para tratar de ayudar a cuidar a Clara Schumann y sus hijos. Desarrolló un profundo sentimiento respecto de Clara, de la que se enamoró, pero quien al mismo tiempo representaba para él también una figura maternal. Continuó trabajando en su sinfonía e hizo un retrato musical de Clara en el movimiento lento.
Brahms recibió ayuda de su amigo Julius Grimm para la orquestación. Sin embargo, el compositor no estaba satisfecho. Sentía que todavía no estaba preparado para intentar una forma tan monumental como la sinfonía. Su verdadera primera sinfonía no habría de quedar concluida hasta 22 años más tarde. Modificó la sinfonía inicial y parcialmente terminada y la convirtió en una sonata para dos pianos, que interpretó con Clara. También se la escuchó interpretar junto con Grímm. Pero todavía se sentía insatisfecho. Grimm le sugirió combinar sus dos ideas y hacer un concierto para piano. La idea parecía posible y el compositor se puso a trabajar nuevamente en la revisión. Volvió a escribir los primeros dos movimientos para piano y orquesta, pero sustituyó el tercer movimiento con un final nuevo. El movimiento desechado finalmente se convirtió en el coro de "Ved toda la carne" del Réquiem Alemán.
Para la primavera de 1858 el concierto estaba casi listo. Brahms tuvo oportunidad de probarlo en un ensayo. Introdujo otras modificaciones. Seguía sin estar totalmente conforme y dudó en presentarlo ante el público, pero finalmente se decidió a seguir adelante con dos presentaciones programadas para enero de 1859. En el estreno, dirigido por Joseph Joachim, la audiencia escuchó cortésmente, pero con poca comprensión o apreciación. Cinco días más tarde Brahms lo ejecutó en Leipzig y le escribió a Joachim sobre su fracaso:
"Mi concierto ha sido un brillante y decisivo... fracaso... El primer ensayo no despertó ningún tipo de sentimiento ni en los ejecutantes ni en la audiencia. Al segundo no acudió público alguno y a ningún ejecutante se le movió siquiera un músculo de la cara... Por la noche... el primero y segundo movimientos se escucharon sin que surgiera la menor demostración de sentimiento. Al final tres pares de manos se unieron muy lentamente, en tanto que un silbido perfectamente reconocible de ambos lados prohibió cualquier otro tipo de demostración... Este fracaso no me impresionó en absoluto. Después de todo, sólo estoy experimentando y sintiendo mí forma. De todos modos, el silbido fue demasiado. A pesar de todo, el concierto hallará aprobación cuando yo haya mejorado su estructura corporal y el próximo va a sonar muy diferente."
Varias razones se han dado a esta fría recepción. La obra era demasiado audaz y apasionada para los conservadores y, sin embargo, no tenía suficiente colorido para el gusto de los radicales. La parte del piano tenía mucho menos virtuosismo que el que esperaba el público. La pieza era excepcionalmente larga para un concierto. Parte de la orquestación era bastante torpe, como en el caso del comienzo, donde la modesta orquestación parece demasiado insustancial para las pasiones que expresa.
Sin embargo, la obra finalmente ganó la aprobación y el entusiasmo del público. Actualmente es muy popular entre las distintas audiencias, aunque quizás un poco menos que el Segundo Concierto. Comprendemos sus excesos y su ocasional falta de gracia como productos de la inexperiencia de un compositor joven.
Se puede afirmar que la emocionalidad del concierto es su rasgo más interesante, porque fue el último trabajo de la etapa temprana y apasionada de Brahms. Nunca más permitió él que su espíritu romántico se expresara con tanta libertad. Después de este concierto comenzó a explorar las moderaciones del clasicismo, que aprendió mediante el cuidadoso estudio de los trabajos de Beethoven, Mozart y otros, pero el Concierto Número 1 en su totalidad hace muy pocos intentos de poner freno a sus emociones. Burnett James, en su libro Brahms: un estudio crítico, resume claramente este punto:
"El Concierto en Re menor es una transcripción directa y auténtica de las experiencias más profundas y más torturadas de Brahms en el momento de su creación. También marca el final del período romántico juvenil de Brahms. Nunca más se permito él expresar pasiones tan desinhibidas; nunca más mostró los sentimientos de su corazón tan abiertamente. Nunca más iba a permitir que su guardia quedara tan baja como para que la turbulencia de su corazón y de su mente aparecieran en su música o en su vida. Nunca más fue a la búsqueda de batalla abierta con la vida a través de su arte público en términos de sangre, sudor y lágrimas expuestos... De ahí en adelante dio la espalda a toda extravagancia y sólo dejó que emergiera a la superficie la parte de su vida interior que consciente y deliberadamente él deseaba que se manifestara. Si alguna vez el aspecto abiertamente apasionado e impetuoso de su naturaleza tuvo la oportunidad de dominarlo, su último impacto pleno fue el Concierto en Re menor"
El carácter turbulento y dramático de la pieza resulta evidente de inmediato. El vigoroso motivo de la apertura, aunque está ausente durante gran parte del primer movimiento, hechiza incluso los temas secundarios más líricos, de modo que no podemos estar muy convencidos de la aparente paz. Durante la mayor parte de la exposición, el piano y la orquesta tienen temas separados. El proceso del desarrollo es en parte el proceso de la integración. El segundo tema es particularmente bello y se lo escucha primero solo en piano. Aunque este vasto movimiento atraviesa muchos estados de ánimo, su pasión meditativa y subyacente se experimenta a lo largo de toda su extensión.
El segundo movimiento intenta, mediante su suavidad expansiva, disipar la intensidad del primero. Pero queda una corriente subterránea de tensión recordada, porque el movimiento lento está moldeado en la métrica del movimiento de apertura (6/4) y la clave (Re mayor como opuesta a Re menor, aunque el primer movimiento dedica largo tiempo a la clave mayor justo antes del final). El ritmo constante sugiere un himno.
El final es un rondó gitano húngaro, con varios temas, dos cadencias y un fugato de desarrollo. En la coda se produce una transformación del tema principal en marcha lenta en modo mayor.

SINFONIA Nº 1-4º MOVIMIENTO (BRAHMS)


A Brahms le llevó veintidós años aprender la forma de utilizar la orquesta de modo sinfónico. No puede pensarse que esa haya sido una etapa de aprendizaje, si tenemos en cuenta la larga lista de hermosas obras compuestas mientras luchaba por crear una sinfonía. Durante esos años trabajó para dominar y controlar su romanticismo, para fundir la inspiración y el intelecto, para comprender a Beethoven profundamente y para moldear sus propios pensamientos sinfónicos. El resultado de esta lucha increíble para lograr autodisciplina es, indudablemente, la más grande primera sinfonía jamás compuesta.
La Primera Sinfonía quedó concluida en el mes de setiembre de 1876. Se estrenó el 4 de noviembre de 1876, en Karlsruhe, bajo la batuta de Félix Dessoff. El propio Brahms dirigió una presentación en Mannheim, tres días más tarde.
Cuando una composición producida por Brahms a los 20 años recibió una crítica de la prensa que representaba una alabanza envidiable, el autor se sintió comprensiblemente complacido. El crítico era nada menos que el compositor Robert Schumann. Sin embargo, Schumann depositó una pesada carga sobre el joven compositor. Había una velada comparación con Beethoven. A Brahms, que todavía no había escrito nada para orquesta, se le estaba diciendo públicamente que podía, debía y, probablemente, emprendería el camino donde Beethoven lo había dejado.
Tan sólo unas pocas semanas después, Brahms aceptó el desafío. Empezó a componer una sinfonía en Re menor. Pero todavía no estaba listo para abordar esa forma enorme en la que Beethoven había sobresalido. Algunas partes de esa sinfonía al final quedaron incluidas en el Réquiem Alemán, y otras, en el Concierto Número 1 para Piano -una obra que le costó terminar a Brahms cinco años- pero no hay ninguna sinfonía en Re menor en el catálogo de Brahms. Durante esos cinco años también escribió dos serenatas para pequeña orquesta. Había decidido abordar la orquesta gradualmente. La composición de una sinfonía debía esperar. Después de escribir para pequeña orquesta y para piano y orquesta, escribió para coro y orquesta. Finalmente, en 1873, compuso las Variaciones sobre un Tema de Hayan. Ahora, finalmente, se sentía listo para comenzar y terminar una sinfonía.
En realidad, algunos de los materiales de la Primera Sinfonía ya existían desde hacía años. Brahms había enviado a Clara Schumann un bosquejo del primer movimiento, menos su famosa introducción, en 1862, y le había remitido una canción para su cumpleaños, en 1868, usando el tema del corno del final. Pero fue recién en 1876 que el compositor terminó la Sinfonía en Do menor. Eso fue veintidós años después de que la crítica de Schumann hubiera impulsado a Brahms a pensar en componer de forma sinfónica.
¿Por qué le llevó tanto tiempo terminar una sinfonía? La respuesta está en la influencia de Beethoven. Como lo sugería la crítica de Schumann, la figura de Beethoven proyectó su sombra sobre todo el siglo XIX como la de un Hermano Mayor. Las composiciones de Beethoven fueron estudiadas, admiradas, mal entendidas, imitadas y canonizadas no sólo por todo compositor sino también por otros artistas. El carácter titánico de Beethoven, su imagen de gran liberador del arte de las restricciones del clasicismo, se convirtió en un grito de aliento para el espíritu libre y autoconsciente del romanticismo.
Esta visión de Beethoven con la mirada del siglo XIX necesariamente estaba teñida por los valores contemporáneos. La mayoría de los compositores románticos no reconoció el clasicismo de su música, un clasicismo propio que contrabalanceaba el aspecto feroz y temperamental del genio de Beethoven. El único compositor que verdaderamente comprendió el equilibrio de lo clásico y lo romántico que se esconde en Beethoven fue Brahms. Brahms fue el sabio del proverbio que temía poner un pie en el lugar donde los necios se precipitan. El supo lo que otros fueron incapaces de comprender: que escribir una sinfonía de espíritu libre no constituía una respuesta profunda a las implicaciones de la música de Beethoven. Brahms no se permitió hacer una imitación superficial del maestro de Bonn. Le llevó 22 años a Brahms encontrar un modo de manejar las implicaciones de su antecesor, de mantener en equilibrio el clasicismo y el romanticismo y, sin embargo, ser original.
Cuando se estrenó la Sinfonía en Do menor, el director Hans von Büllow la apodó "La Décima" (Beethoven había terminado nueve sinfonías), declarando de este modo cumplida la profecía de Schumann. Büllow reconoció la afinidad entre los dos grandes compositores que, alcanzándose por encima del medio siglo de romanticismo que mediaba entre ambos, hicieron contacto como clasicistas románticos.
Brahms también se vio influido por los compositores románticos, Schubert, Mendelssohn, Berlioz, Chopin, Weber, Schumann e incluso por sus "rivales" Wagner, Liszt y Bruckner. Uno de los resultados de esta influencia romántica fue que el clasicismo de Brahms resultó más autoconsciente que el de Beethoven. La Primera Sinfonía elabora una lógica musical compacta que en ningún momento es totalmente espontánea. Brahms era demasiado autocrítico para ser espontáneo. Otro aspecto del romanticismo que no podía dejar de tocar a Brahms fue su meditativa melancolía. Así que la Primera Sinfonía contiene música desasosegada, especialmente en su primer movimiento.
Brahms intentaba una tarea casi imposible, la de estar a la altura del genio de Beethoven. En 1879 dijo: "¡Nunca compondré una sinfonía! No tienen idea de cómo nos sentimos las personas como nosotros, cuando oímos los pasos de un gigante como él detrás de nosotros." Sin embargo, él lo logró. No recobró a Beethoven, sino que, tratando de hacerlo, se encontró a sí mismo.
Ni la lealtad de Brahms al espíritu de Beethoven ni su autoimpuesto clasicismo deben ser considerados como una inhibición de su creatividad. La Primera Sinfonía es, en muchos aspectos, una obra original, a pesar de su adhesión a la estética y a las técnicas tradicionales. Consideremos, por ejemplo, el tercer movimiento. Brahms sustituyó el movimiento de danza tradicional por un intermezzo más abstracto. El minué o scherzo como tercer movimiento sinfónico era un aplazamiento de la suite de danzas barrocas. En una sinfonía sirve a un propósito útil: por lo general se ejecuta como una pieza más ligera y más simple entre un movimiento lento posiblemente sobrio y un final a menudo elaborado. Esta función también podía ser desempeñada por movimientos que no derivaran de la danza, como Brahms se dio cuenta. Así que la sustitución del minué de Haydn y del scherzo de Beethoven por el intermezzo de Brahms fue un toque de originalidad que nada debía al pasado. El resultado fue lo suficientemente satisfactorio e interesante como para que Brahms continuara incluyendo intermezzos en lugar de scherzos en prácticamente todos sus trabajos sinfónicos de cuatro movimientos posteriores.
La introducción al final, excepcionalmente larga, tan larga como todo el intermezzo, es otra idea original. Esta introducción contiene material que se utiliza en diferentes partes del final que la sigue: incluso la melodía lírica en Do mayor que abre el allegro está anunciada (en menor) cerca del principio de la introducción. Esta introducción también desmiente la queja que se oye comúnmente, en el sentido de que Brahms no fue un orquestador imaginativo. Aquí encontramos al compositor utilizando colores orquestales particularmente bellos destinados a mantener el interés en una sección introductoria inusitadamente prolongada. Algunos ejemplos: el pasaje de pizzicato que se acelera gradualmente y que se escucha dos veces, la llamada del corno con cuerdas en sordina que se reflejan en el fondo y el coral trombón-fagot. Brahms era, sin duda, capaz de crear una orquestación colorida cuando la ocasión lo exigía.
A Brahms le llevó veintidós años aprender la forma de utilizar la orquesta de modo sinfónico. No puede pensarse que esa haya sido una etapa de aprendizaje, si tenemos en cuenta la larga lista de hermosas obras compuestas mientras luchaba por crear una sinfonía. Durante esos años trabajó para dominar y controlar su romanticismo, para fundir la inspiración y el intelecto, para comprender a Beethoven profundamente y para moldear sus propios pensamientos sinfónicos. El resultado de esta lucha increíble para lograr autodisciplina es, indudablemente, la más grande primera sinfonía jamás compuesta.


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SINFONIA Nº 3-3º MOVIMIENTO "POCO ALLEGRETTO" (BRAHMS)


La Sinfonía número 3 en Fa mayor Opus 90 de Johaness Brahms fue compuesta en el verano de 1883 en Wiesbaden, cerca de seis años después de haber terminado su segunda sinfonía. En el interín, Brahms había compuesto algunas de sus mejores obras maestras, en las que se incluyen el concierto para violín, las dos oberturas y el concierto para piano número 2.
Está basada probablemente en esbozos de años anteriores. Uno de sus motivos principales está basado en la transposición musical de las iniciales de una frase muy suya: “Frei aber froh” (libre pero feliz, FAF, es decir: Fa-La-Fa, aunque realmente la segunda nota es La bemol), fue estrenada el 2 de diciembre de 1883 por la Orquesta Filarmónica de Viena y bajo la dirección de Hans Richter que la consideró como la Eroica de Brahms (aludiendo a la tercera sinfonía de Beethoven).
De forma tan conmovedora presenta Robert Schumann a Brahms: «Siempre he sabido que un día aparecería un artista que estará llamado a ser la encarnación ideal del genio de su tiempo y cuyo arte no resultaría de un desarrollo gradual, sino que se manifestaría de golpe en toda su perfección, a semejanza de Minerva surgiendo completamente armada de la cabeza de Cronos. Pues bien, ya ha llegado, una sangre joven junto a cuya cuna montan guardia las Gracias y los Héroes. Se llama Johannes Brahms, vino de Hamburgo, donde realizó una obra creadora, ignorada de todos, en una profunda soledad. Todo en él, incluso su físico, anunciaba a un elegido El día en que dirija con su varita mágica las masas corales y orquestales que le comunicarán su poder, los misterios del mundo invisible nos serán desvelados en maravillosas visiones…».
Lo que aquí podemos ahora escuchar es el tercer movimiento Poco Allegretto, una caudal rebosante del romanticismo del que Brahms fue un claro exponente.
Hans Richter, que en Viena, llamó a la sinfonía “Heroica”, pero tanto por su contenido como por su estructura no tiene nada que ver con la homónima de Beethoven: es la sinfonía más corta de Brahms y sus secciones en los tres movimientos en forma de sonata son muy breves. Pero a pesar de su brevedad es una de sus obras armónica y melódicamente más ricas: las exposiciones de los temas y las recapitulaciones son expansivas y llenas de ideas memorables, mientras que la unidad interna entre los diferentes movimientos queda garantizada por el desarrollo de elementos procedentes del movimiento lento en el final, y la utilización de una particula o “motto”, típica de Brahms (FA-LA-FA, F-A-F en notación), que dicen que el compositor asociaba a su lema vital “frei aber froh” (libre pero feliz).
La sinfonía tiene cuatro movimientos:
I. Allegro con brio
II. Andante
III. Poco allegretto
IV. Allegro
El primer movimiento se inicia con una enérgica exposición de la orquesta de la melodía primaría que no decae en todo el desarrollo con un tempo de vals lleno de agitación y apasionamiento. El segundo movimiento es mucho más amable como si fuera una representación de la música de una fiesta rural. El intermezzo que le sigue presenta un carácter más agridulce, más introspectivo y sentido. El último movimiento se inicia de manera misteriosa para estallar de manera ardiente y dramática que culmina en con una frenética transformación de uno de los temas del movimiento lento.


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